¿Realmente hablamos el mismo idioma?

¿Alguna vez has considerado cómo se creó el lenguaje por primera vez y qué tarea debe haber sido? ¿Cómo hay palabras para describir cosas materiales y otras para nombrar conceptos subjetivos? Incluso si hablamos el mismo idioma, esto no garantiza que nos entenderemos. Claro, todos comprendemos cuando nos referimos a un objeto material, como una ventana, una mesa o un automóvil. Sin embargo, cuando nos movemos al mundo subjetivo, las cosas cambian drásticamente.
El significado que infundimos en nuestro idioma varía no solo de una cultura a otra, sino también de un individuo a otro, dependiendo principalmente de la construcción del mundo de cada persona. Esto se deriva de nuestras experiencias infantiles, que primero moldearon nuestras posibilidades y limitaciones.
Cuando tenemos discusiones acaloradas con nuestros cónyuges, compañeros de trabajo y familia, porque no cumplieron con nuestras suposiciones, muchas veces sentimos que han cometido un error o incluso nos han traicionado con una conducta que consideramos que no es buena. Esta conducta puede significar algo completamente diferente para la otra persona, pero generalmente no nos hacemos el tiempo y el espacio para escuchar y permitir que esto signifique algo más.
Reaccionamos a partir de expectativas fijas de que muchas veces son irreales o poco prácticas, sin embargo, no lo sabemos, simplemente porque son producto de mecanismos de defensa inconscientes. Podríamos pensar que comunicar nuestras necesidades y nuestros límites debería ser algo natural para nosotros, pero no lo es, porque somos producto del proceso de socialización y no un ser humano natural.
Cuando nacemos, aterrizamos en un grupo cultural y una familia, con un conjunto de rasgos y comportamientos aceptados y no aceptados. De nuestros 360 grados de expresión natural inherente, solo se acepta aproximadamente la mitad. Aprendemos rápidamente que, para estar seguros, debemos mostrar ciertas características y ocultar las demás. Los rasgos indeseables pasan entonces a conformar nuestra sombra, tanto positiva como negativa. Y esos aspectos, que no pueden aceptarse como los nuestros, se proyectan en nuestro cónyuge, amigos, compañeros de trabajo, lo que nos dificulta verlos por quienes son.
La comunicación es un arte, que surge de la capacidad de escuchar, no juzgar y permanecer presente en el momento, honrando a la otra persona por quien es, al mismo tiempo, expresando nuestra autenticidad sin temor, culpa ni vergüenza. Es una práctica que comienza en casa, aprendiendo a escucharnos primero a nosotros mismos.